En el corazón del Gwoka, la música que forma parte del patrimonio cultural inmaterial dela UNESCO, el Bouladjel sigue siendo uno de los elementos más misteriosos y poderosos. Sin tambores, sin instrumentos, sin palabras articuladas, se basa en la voz, la garganta y la respiración. Un pulso humano, transmitido de generación en generación, que vincula a los guadalupeños con sus antepasados y su memoria viva.
Un tambor de aliento y carne
La palabra procede de la expresión criolla “boulé a djèl”, que significa “hervir la boca”. Esta imagen capta el principio: transformar el cuerpo en un instrumento. Los cantantes utilizan las mejillas, la saliva, la respiración y las cuerdas vocales para crear sonidos percusivos. Estos sonidos imitan los golpes de un tambor, creando un polirritmo único.
En su forma tradicional, el Bouladjel se toca en grupo. Tres o cuatro hombres son suficientes para producir el conjunto. Colocados en círculo, se escuchan, se responden y construyen un ritmo común. La respiración se convierte en música, la boca tamborilea y todo el cuerpo participa. Este lenguaje de la respiración expresa vida, cohesión y fuerza colectiva.
Música de luto y vigilia
El bouladjel se tocaba originalmente en las vigilias fúnebres conocidas como kannalé. Estas noches de vigilia en torno al difunto se desarrollaban en una tensión entre la tristeza y la resistencia. El ritmo ayudaba a mantener despiertos a los vigilantes, al tiempo que calmaba el dolor. No era una canción de duelo, sino una forma de honrar la vida y mantener la solidaridad entre los vivos y los muertos.
En Grande-Terre, sobre todo en los Grands-Fonds, también se oía en los juegos y combates tradicionales. Simbolizaba la unidad del grupo y la continuidad de la memoria. En este aliento compartido, los guadalupeños redescubrían la presencia de sus antepasados africanos, que, privados de tambores, habían recreado la música con su propio aliento.
Una herencia africana de resistencia
Nacido de una prohibición, Bouladjel es un canto al cuerpo y a la libertad. Durante la época esclavista, los tambores estaban prohibidos por subversivos. Los esclavos inventaron esta música vocal para sortear la censura. La respiración se convirtió en un medio de existir y transmitir, un lenguaje que nadie podía prohibir.
Transmitida oralmente, sin ninguna formación formal, esta práctica ha resonado durante mucho tiempo en el campo de Guadalupe continental. Sigue viva en los municipios de Grands-Fonds, como Sainte-Anne, Les Abymes y Le Gosier, donde algunas familias perpetúan este saber ancestral. Cada generación añade su propio matiz, sin romper nunca la cadena.
Una estructura rítmica codificada
Un Bouladjel tradicional comienza con la señal del comandante, la persona que guía al grupo. Todos empiezan juntos, al contrario que en Gwoka, donde las entradas son progresivas. Cada boularien repite un motivo rítmico diferente, y la superposición crea un denso conjunto percusivo. De vez en cuando, algún participante desliza una frase rítmica, una sátira o una broma para aligerar el ambiente. Estas improvisaciones forman parte del espíritu de compartir.
Las manos también desempeñan un papel esencial: golpean, frotan o rodean la boca para modificar la resonancia. La cavidad que se forma actúa como una caja de resonancia natural. Ningún instrumento puede sustituir esta interacción entre la respiración y el cuerpo. Se trata de escucharse unos a otros: el más mínimo error altera el equilibrio del grupo.
Un renacimiento musical
Con el tiempo, el Bouladjel pasó de las estelas a los escenarios de la Gwoka. En los años 60, artistas como Sergius Geoffroy, Napoléon Magloire y Robert Loyson empezaron a grabarlo. Gaston Germain-Calixte, conocido como “Chaben”, la popularizó en 1966 con Zombi baré moin. Estos pioneros hicieron posible que esta tradición oral pasara a formar parte de nuestra memoria colectiva.
A partir de los años 90, nuevos músicos guadalupeños han revivido esta tradición. Lukuber Séjor, Klod Kiavue, Sonny Troupé y Jacques Schwarz-Bart han incorporado este ritmo ancestral a sus creaciones jazzísticas y contemporáneas. El grupo Kan’nida, en colaboración con Gino Sitson, dio un paso más con el álbum Tayo (2013), añadiendo ritmos ternarios. Gracias a ellos, esta forma musical se ha escuchado en lugares tan lejanos como Estados Unidos, sobre todo a través del saxofonista David Murray.
Bouladjel ha encontrado un nuevo lugar: ya no se limita a los velatorios, sino que se expresa en el escenario, en los estudios y en la educación artística.
Transmisión y copia de seguridad
La transmisión de Bouladjel sigue siendo frágil. Depende principalmente de las familias y los ancianos. El Centro Rèpriz de Pointe-à-Pitre se esfuerza por documentar y promover esta práctica. Cada año, el Festival Sainte-Anne Gwoka le da un lugar de expresión y organiza talleres para los jóvenes.
Los investigadores estudian ahora sus vínculos con las tradiciones de África Central, donde la respiración y la voz también sustituyen a los instrumentos. Estas comparaciones subrayan la profundidad histórica y el alcance universal de esta forma de arte. Sin embargo, la falta de un aprendizaje estructurado y la rápida modernización de la región suponen una amenaza real para su continuidad.
Música de aliento y memoria
El bouladjel no es sólo una forma musical: es una filosofía del ritmo. Cada respiración contiene un trozo de la historia de Guadalupe. Nacido del silencio impuesto, se ha convertido en una voz de resistencia y transmisión.
En este latido colectivo se entrelazan el dolor, la dignidad y la esperanza. Enseña que la música no depende de las herramientas, sino del cuerpo, de la escucha y de la conexión humana. Cuando la oyes, sientes el corazón profundo de Guadalupe: un corazón que respira, recuerda y sigue vivo a través del aliento de la gente.